“Llegó un tiempo en que todo lo que los hombres habían venido considerando como inalienable se hizo objeto de cambio, de tráfico y podía enajenarse. Es el tiempo en que incluso las cosas que hasta entonces se transmitían pero nunca se intercambiaban; se donaban pero nunca se vendían; se adquirían pero nunca se compraban: virtud, amor, opinión, ciencia, conciencia, etc., todo, en suma, pasó a la esfera del comercio. Es el tiempo de la corrupción general, de la venalidad universal, o, para expresarnos en términos de economía política, el tiempo en que cada cosa, moral o física, convertida en valor de cambio, es llevada al mercado para ser apreciada en su más justo valor.“Carlos Marx, La miseria de la Filosofía.
En la Antigua Grecia las cortesanas formaban parte de la idiosincracia de la democracia esclavista ateniense. Los griegos creían que sus esposas estaban para tener hijos y las prostitutas para el placer, eran elementos irreconciliables. Aunque había una especie de prostitución de lujo, encarnada en la figura de las hetairas (“compañeras”: señoritas cultas que servían a un adinerado hombre e intervenía en debates y simposios) no era tan común. Además, pagaban impuestos al Estado, como sus homólogas del Imperio Azteca.
Con la aparición de las enfermedades venéreas más importantes a partir del siglo XVI, aparecieron medidas para atajar el caudal de prostitución existente en muchos países. Sin embargo, fue el comercio a gran escala el que globalizó el tráfico de mujeres dedicadas a la prostitución y convirtió un negocio antaño marginal en un producto de masas, ocupando páginas de periódicos para promocionarse, etcétera. Aunque los proxenetas existen desde la Grecia Antigua, e incluso antes, hoy en día es una forma de hacerse millonario mediante la extorsión de las mujeres y su explotación.
La prostitución actual es un producto de la mercantilización de la mujer, que vende su cuerpo como mercancía a cambio de dinero. Por lo tanto, es una forma de esclavitud. El mercado pornográfico también denigra la imagen de las féminas, además de ser en su gran mayoría dirigido a hombres: simple, esquematizado y de mal gusto. Lo peor es que crea hábitos que luego se ven “normales”, crea pautas de moda que más tarde los adolescentes creen erróneamente que son habituales e incluso necesarias, e intentan replicarlas con sus parejas.
El principal problema del mercado como tal es que iguala todas las mercancías. En el mercado, sesenta euros dan para comprar tres libros de poesía de Benedetti o, al mismo tiempo, un gramo de cocaína. Con quinientos euros puedes adquirir una Desert Eagle 0.50 o un viaje a Egipto. Y así se rompen las barreras infranqueables que deberían existir entre mercancías. Porque no todo es igual. Por ejemplo, en una página de venta online de banderas podríamos encontrarnos a la venta a la bandera del KKK justo al lado de cualquier otra. Al homogeneizar todas las mercancías se pone a la superchería al mismo nivel que lo correcto, a la mentira en completa igualdad con la verdad, y a la ciencia emparejada con la mera opinión. La única diferencia es el precio.
Por tanto, la prostitución no es una actividad respetable, ni debería ser libre: no debería existir. Así de simple. Permitir que una actividad semejante fuera efectuada sería admitir nuestra derrota en la lucha por el feminismo real (y la prostitución es antifeminista y siempre lo será). Se suele argumentar que sin prostitución habría más violaciones pero eso es discutible, ¿por qué tiene que ser así? Si reforzamos las medidas de seguridad tanto la prostitución como las violaciones se podrían reducir al mínimo. Y educando, claro.
Es que de hecho la mercantilización de la mujer está apoyada desde esferas económicas (véanse las maniobras que se hicieron en publicidad para que la mujer empezara a fumar, relacionando al tabaco con la libertad y la autosuficiencia), entre ellas la industria del sexo, de maquillajes, de la moda, de perfumes y de potingues. Y las clínicas privadas de cirugía estética y demás, como la famosa Corporación Dermoestética. Ah, y revistas como “Hola”, y “Cosmopolitan” y “Bravo”, que viven de anuncios de todos los citados sectores.
Marx ya apreció el advenimiento de la corrupción a la que llevaba, no el comercio, sino la ideología que sustentaba al comercio. Que todo está en el mercado. Y no, no es así.